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España

Gritar a un asesino

Por Rosa G. Perea

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Sale muy barato en este país matar a una mujer, descuartizarla para deshacerse de su cuerpo y tirarla en una maleta al río. Sale tan barato como ser terrorista, pederasta o cualquier atrocidad que puedan ustedes imaginar. Eso es lo que debe pensar mis queridos Sandra y Thomas Cerna, que han confiado en la justicia española desde el respeto y la serenidad más admirable, pero que a cambio han recibido una respuesta absurda que en nada aliviará el dolor producido por el asesinato de su hija Laura. Me duele más de lo que imaginan leer en la prensa que Sandra profirió insultos contra el asesino como un hecho fuera de lo común. Como si hubiera perdido la razón en el momento en que el jurado se pronunció y vio como se llevaban al hombre que le había destrozado la vida a su familia. ¿Proferir insultos? Pero ¿qué es lo que esperaban que hicieran? Que se levantaran como el que está en el teatro y salieran en silencio de la sala. No, por Dios, por supuesto que no. Gritarle al asesino de tu hija es tan lícito, tan natural, y tan humano que lo contrario es lo que nos debería asombrar.

Unas horas más tarde, me decía Sandra entre sollozos arrepentida y avergonzada de ello, que si yo hubiera estado sentada a su lado puede que le hubiera ayudado a reprimir esos gritos. Pero por supuesto que no, yo no le hubiera reprimido nada. Hasta ahí podríamos llegar. Seguramente hubiera gritado con ella. ¿O no piensa usted lo mismo que yo? No me diga que no se le arrebataría el ánimo y las fuerzas al mirar la cara del que te ha arrancado lo que más amas. Yo hubiera gritado, usted hubiera gritado, Sevilla entera hubiera gritado a este sistema que permite que familias inocentes no encuentren consuelo en un código penal apuntalado y con expediente de ruina. Cómo no gritar si es lo único que te queda cuando ves que por la puerta del juzgado se escapan todas tus esperanzas de justicia.

Decía Montesquieu que una cosa no es justa por el hecho de ser ley, debe ser ley porque es justa.

Acatar las leyes hasta el pulcritud, por supuesto que sí. Pero si las leyes no reflejan las necesidades de una sociedad, es bien fácil. Cámbienlas para que una madre no tenga que conformarse con gritarle a un asesino.

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