¿Cuántas veces hemos discutido con personas necias que son incapaces de entender lo que queremos transmitir o lo que la razón dicte?
La palabra necedad deriva del latín ‘nescius’ que significa necio y del sufijo ‘-dad’, que indica cualidad. Por lo tanto, la necedad es la cualidad que describe al individuo necio que se caracteriza por su ignorancia y por actuar de manera desacertada. No es que una persona necia no pueda pensar y razonar, sino que piensa y razona mal. La necedad se podría considerar como un enemigo peligroso, puesto que ni la fuerza ni la protesta tienen el impacto deseado en el necio, por lo tanto, es más peligroso aún que la maldad, ya que la maldad puede ser demostrada y puede conllevar como consecuencia un arrepentimiento; sin embargo, el necio se cree su propia verdad, está convencido de ella llegando incluso a estar satisfecho de sí mismo y además, puede llegar a la agresión física o verbal. Por tanto, discutir con el necio y el fanático es una pérdida de tiempo, ya que a éste no le importa la verdad o la realidad, sino sólo la victoria de sus creencias o ilusiones. José Ortega y Gasset decía que el malvado descansa algunas veces; el necio jamás.
No hay que perder tiempo en discusiones que no tienen sentido. Hay personas que por muchas evidencias y pruebas que les presentemos, no están en la capacidad de comprender y otras están cegadas por el ego, el odio, el resentimiento y lo único que desean es tener la razón aunque no la tengan.
También tengo que hacer la distinción de que ni todos los necios son malvados, ni todos los inteligentes son bondadosos, porque ¿en cuántas ocasiones ha sido más peligroso el listo que el necio? millones, quizás. Pero no quiero entrar demasiado en este área pues significaría desembocar en el terreno de la ética. La necedad es una deficiencia intelectual del ser humano, aunque, por suerte, no todos somos necios ni todos somos tan inteligentes. Y para ilustrar todo lo que llevo dicho hasta ahora, podría servir el cuento del burro y el tigre que estaban discutiendo sobre si el pasto es azul o verde. Tan fuerte llegó a ser la discusión que decidieron someterlo a un arbitraje, para lo cual, acudieron al león, rey de la selva. El león contestó afirmativamente a la pregunta del burro si el pasto era azul . Entonces dicho animal pidió un castigo para el tigre por contradecirlo. El rey lo castigó con cinco años de silencio. Éste aceptó el castigo no sin antes preguntar al león por qué lo había castigado si sabía que en realidad el pasto es verde. El león le contestó que el castigo nada tenía que ver con el color del pasto, sino que se debía a que no era posible que una criatura valiente e inteligente como él perdiera tiempo discutiendo con un burro y encima fuera a molestarlo con esa pregunta necia.