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Chipiona

La inauguración del monolito en la plaza de las Américas cumple el sueño de Alfredo

La colocación de esta estructura echa el cierre a un “proyecto que podía ser un revulsivo a muchos niveles”, como explicó Tano Guzmán

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Muchas personas tienen ideas brillantes. Ideas renovadas, capaces de suponer un avance, de dar un paso más a una vida en la que parece que no queda nada más por inventar. Ideas capaces de mejorar la vida de las personas. Pero no todas salen adelante. De hecho, la mayoría se queda en el camino, dejando tan solo el pensamiento en su autor de cómo hubiera sido la vida si, en vez de quedarse en tan solo una idea flotando en su mente ingeniosa, hubiera terminado por materializar hasta convertirse en una realidad conocida por todos. Esas pocas que terminan de dar ese último paso para escapar de la cabeza de su autor para transformarse en una realidad palpable, lo dan impulsadas por un esfuerzo descomunal y una perseverancia digna de admirar depositadas por una persona que nunca dejó de creer. Una persona a la que nada le acompañó, a la que se le dificultó el camino entre infinitas trabas que le llevaron al límite, hasta el punto de llegar a pensar si realmente ese sacrificio que ha venido llevándose todo en su vida por delante como un vendaval merecerá o no la pena después de todo. Los placeres a los que tuvo que renunciar. Los momentos con sus seres queridos, con sus amigos y su familia. Todo pasa a un segundo plano. Y todo por algo que nunca tuvo la garantía de funcionar. Pero esos luchadores, esos tercos de la vida, hacen lo que esté en sus manos para que nada caiga en saco roto. Tercos como Alfredo Zarazaga, el escultor chipionero al que un día le brotó la loca idea de colocar unas estructuras gigantescas de unos cangrejos en el mar. Loca será para cualquiera, aunque no para él, porque en su mente tan brillante todo tenía el más absoluto de los sentidos.

Alfredo Zarazaga empezó hace meses a colocar metales extraídos de materiales reciclados, de manera que terminaron adquiriendo una forma casi idéntica a la de un cangrejo moro, o de pelo, como se conocen en Chipiona. Golpe a golpe. Pieza a pieza. Día a día. Más golpes. Una obra que, con el paso del tiempo, comenzó a coger altura ante la atenta mirada de Zarazaga y su mujer y principal apoyo, Luisa Montalbán. “Fue la persona que hizo ver a la administración la idea de colocar dos cangrejos gigantes en la playa. Ha sido admirable su hacer, sin ella nada de esto hubiera sido posible”, expresó emocionado Zarazaga en el acto de presentación del conjunto escultórico en la Plaza de las Américas. Ellos los vieron crecer cada día hasta alcanzar una altura imponente. Dos metros de altura y 4.300 kilos de hierro procedente de materiales reciclados, para ser más exactos, como detalló el cronista de la villa, Juan Luis Naval, también presente en el acto.

Tantas tardes bañado en sudor, sumido por la frustración, invadido por más dudas que certezas habían merecido la pena. El resultado asombró a todos, también al delegado de Cultura, Tano Guzmán. “Cuando lo conocí me quedé perplejo ante la magnitud de lo que Alfredo pretendía llevar a cabo. Y le tendí la mano a lo que necesitara, porque este proyecto podía ser un revulsivo a muchos niveles”, relató Guzmán. Y tanto que lo fue. Una vez superados los trámites burocráticos que supusieron una nueva barrera en el camino, la vida de Chipiona cambió por completo. El aspecto turístico dio un impulso importante. Muchas son las personas que apuntaron la visita a los cangrejos como una de sus paradas obligatorias a su llegada al municipio, haciéndose hueco entre otros atractivos espectaculares como el faro, el Santuario de Regla o el museo de Rocío Jurado. Una obra única que salió de la oscuridad del taller con fuerza para traspasar todo tipo de fronteras en cuestión de pocos días. “Estos cangrejos han sido un ‘boom’ no solo dentro sino fuera de Chipiona, porque todo el mundo quiere venir a ver los cangrejos”, explicó el delegado territorial de Agricultura y Pesca, Francisco Moreno. Lo hacen atraídos por su belleza espléndidas, impresionados por la exactitud con la que el autor ha recreado a las especies, aunque Zarazaga espera que también se contemplen mirando un poco más allá. Mirando hacia el por qué, hacia la intención con la que fueron creados en un principio. Porque esta obra escultórica, además de una preciosa obra de arte, es un poderoso mensaje lanzado para alzar la voz contra la contaminación de los océanos y el deterioro medioambiental, para preservar la fauna y una de las riquezas más valiosas que tenemos en nuestro planeta como es el mar. “El cangrejo es muy representativo de los corrales de pesca”, explicó Rafael Ruiz, de la asociación ecologista CANS. “Si llegasen a desaparecer dirían mucho de nosotros, de la sociedad en la que estamos. Desafortunadamente van quedando menos. Con este cangrejo, hemos dado un grito para que la gente, el mono humano, recapacite. Tenemos que cuidarlo. Nuestros mares están enfermos, pero no por un virus, sino por las personas. La cuenta atrás empezó hace tiempo. No se puede llegar a un momento en el que solo tengamos al mar para ver la puesta de sol. El mar es un pilar fundamental de nuestra economía, y los corrales de pesca una seña de identidad para todos”, exclamó.

Hacer del mar un medio libre de contaminación y de destrozos es, como comentó Luis Mario Aparcero, alcalde de Chipiona, “el sueño de Alfredo”, como también lo es de todos. La única diferencia es que mientras la sociedad se queda de brazos cruzados esperando un milagro, Alfredo Zarazaga convierte ese sueño en una realidad, poniendo su valentía, su esfuerzo, pero sobre todo su amor por la naturaleza al servicio para lograrlo. Una personalidad propia de un artista único, pocas veces repetible, a la que aplaudieron todos: las autoridades, la Asociación de Belenistas y Amigos del Camino de Santiago TAU que estuvo presente con una barra solidaria para recaudar beneficios destinados a la ‘Asociación Al Aire’; los artistas Manuel Cerpa, Juan Gómez e Inma Sardi que actuaron con una música que maravilló a una plaza llena a rebosar; María José Cadierno, que recitó una poesía; y José Manuel Zarazaga, hermano del artista, que hizo de presentador. “Su familia sabemos de qué pasta estás hecho. Quizás mucha gente lo sepa ahora por tus dos cangrejos, pero nosotros siempre lo supimos”, expresó. Todos se rindieron a los pies de una persona que ha marcado una diferencia. Un efecto que, aunque no logre cambiar una situación que es el resultado de un daño ocasionado desde muchos años atrás, seguro que detendrá a todo aquel que se disponga a arrancar a un cangrejo de su hábitat natural por pura gamberrada. Al menos le removerá la conciencia. Y los mares se lo agradecerán. Lo harían si tuvieran voz además del rugir de las olas. Nosotros como si tenemos, te lo agradecemos a través de estas líneas. Gracias, Alfredo. Porque, como dice una conocida frase, “enseñar a cuidar la naturaleza, es enseñar a cuidar la vida”. La vida de ellos, la vida de todos.

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