La Selección Española ha provocado una alegría colectiva sensacional en un país con importantes incertidumbres políticas y graves heridas sociales. La Roja ha sido como una cerveza fresca en medio del verano. La clave del éxito de la Selección ha consistido en recuperar el secreto viejo y primario del fútbol, siempre latente, pero escondido u olvidado, que es el concepto de juego. Aquellos ingleses del siglo XIX practicaban el recién inventado football en Riotinto para divertirse y, a ser posible, ganar. Luego, del corazón de la tierra (título de una novela sublime de Juan Cobos Wilkins), emergió el Recreativo. Y las competiciones. Pero el origen del fútbol es el juego, aunque Joao Avelange (presidente de la FIFA desde 1974 a 1998), Ceferin, Infantino, y todos los grandes dueños del negocio, hayan transformado el fútbol en una mercancía multimillonaria en la que prima el éxito, ganar sin descanso, y de ahí la dictadura de las tácticas, la saturación de partidos, el apogeo del marketing, y los estudios por ordenador que reducen la inspiración a datos fríos.
Pero la Selección ha recuperado la figura del ‘chupón’, el reinado descalzo del fútbol de las aceras. Lo que tiene el fútbol de remoto juego infantil. La Roja ha ganado la Eurocopa con una suficiencia absoluta porque el regate se impone siempre a la táctica (que también cuenta, claro). Lamine Yamal (ese golazo a Francia) y Nico Williams (gol de listo en la final a Inglaterra), crean con el balón, inventan, representan el retorno feliz del ‘chupón’ de extrarradio. Lo ha escrito Manuel Jabois: “Francia, Alemania e Inglaterra, las tres favoritas del torneo, y la selección de Luis de la Fuente las descosió a las tres, partido a partido, con un juego exquisito ejecutado por una generación imberbe que hace en el campo con las piernas lo que hace con las manos en la play”. Porque las grandes selecciones de la Eurocopa se devoraron a sí mismas por el miedo y el exceso de estrategia. Por la prescripción sistemática de lo que se considera el nuevo fútbol, que es aburrido, porque todo lo previsible se convierte en tedioso. Gareth Southgate, seleccionador inglés (ya cesado), condenó a su combinado porque ‘italianizó’ a la vieja usanza el fútbol de Inglaterra, cuando contaba con colosales generadores de goles y de juego, como Bellingham, Kane o Foden. La Roja supo sufrir divirtiéndose, ser moderadamente gamberra, sorprender desde la inspiración. Pero, sobre todo, la Roja jugó al ritmo de una potra salvaje.