Cuando hace casi cinco años Antonio Maíllo (Lucena, Córdoba, 1966) anunció que dejaba la política, nada hacía sospechar -ni siquiera él- que esa despedida era un 'hasta luego' y que daría paso a un regreso con más responsabilidad aún: la de llevar el timón nacional de Izquierda Unida.
Cambió entonces los escaños del Antiguo Hospital de las Cinco Llagas -sede del Parlamento andaluz- por las aulas y los libros de latín en un instituto de enseñanza secundaria, y lo hizo porque en ese momento pensaba que "el estrés de la vida política es incompatible con la calidad de vida".
Hace menos de un mes, sin embargo, el nuevo coordinador general de IU anunciaba su disposición a volver -a pesar de que le ha costado "mucho trabajo" decidirse- para "desembarrar la política" porque cree que está "muy metida en el fango".
"Hay que meterse en política para que deje de ser tóxica y de estar envenenada", defendía en Málaga en uno de sus primeros actos como candidato, después de un tiempo en el que miró los toros desde la barrera y en el que, en lo personal, trasladó su plaza de profesor en Aracena (Huelva) hasta un centro de enseñanza sevillano, donde estos días compagina la recta final del curso con la nueva vorágine a la que se enfrenta.
Esa docencia ha sido su hábitat natural desde los 23 años cuando, tras abandonar la carrera de Derecho en el último año y en contra del deseo paterno, aprobó las oposiciones de educación secundaria y empezó a impartir clases de latín y griego clásico, lenguas que domina a la perfección junto al inglés y el italiano.
Ahora Maíllo, admirado en el Parlamento de Andalucía precisamente por su capacidad oratoria, vuelve a introducir en su discurso terminología política: quiere una organización que sea un instrumento "para mejorar la vida de la gente" y huye de una IU "que se mire a sí misma sin estar militando y sin estar actuando con los demás".
Antes de aquel adiós -en el que se vio arropado por los elogios de compañeros y rivales políticos- Maíllo había vivido, desde su elección en junio de 2013 como responsable de IU Andalucía, seis frenéticos años en los que las campañas electorales se encadenaron una tras otra, surgió el movimiento 15M y nacieron partidos como Podemos o Ciudadanos.
Tras ser elegido con el mayor respaldo histórico en la coalición regional, le tocó heredar de su predecesor en Andalucía, Diego Valderas, los últimos meses de gobierno compartido en la Junta con el PSOE de Susana Díaz -con quien nunca imperó una buena sintonía-, hasta que la presidenta socialista decidió adelantar las elecciones intentando evitar el impacto de los de Pablo Iglesias.
Férreo defensor de la política de alianzas, tras conseguir en 2015 mantener grupo propio con cinco diputados se embarcó en conversaciones con Teresa Rodríguez, líder de Podemos, para "crear un espacio amplio" y alumbrar Adelante Andalucía, grupo precursor de acuerdos posteriores en la escena nacional.
En diciembre de ese año y en plena campaña para las elecciones generales, una indisposición durante un acto político le avisaba de la existencia de un cáncer de estómago que le obligó a apartarse de la primera línea política durante unos meses.
Firme impulsor de la carrera de Alberto Garzón, Maíllo le escoltó hasta la dirección de Izquierda Unida hasta que ese respaldo se fue diluyendo antes de que el anuncio del fichaje del exministro de Consumo por la consultora Acento lo hiciera saltar definitivamente por los aires.
"Es una contradicción brutal y una impugnación a la inicial trayectoria de aquel joven del 15M que nos encandiló a tantos", escribía tajante el pasado febrero Maíllo sobre quien ha sido, finalmente, su predecesor en el cargo.
Cuando cumple 38 años de militante y once después de liderar la renovación de la dirección andaluza de IU, que en aquel momento presumió de cohesión y fue vista desde Madrid como "referente y ejemplo" frente a los vaivenes en otras comunidades, a Maíllo le toca tirar de currículum y emular aquellos tiempos para cerrar heridas en la coalición.