Ayer no tuve más remedio que ir a ver al psiquiatra del manicomio, porque me están pasando cosas alucinantes. Me atendió muy bien. Hizo que me acostara en un sofá que tiene allí para los casos perdidos y tuvimos una tranquila conversación.
- A ver, Francisco, ¿qué te ocurre?
- Pues que veo doble.
- ¿Qué has bebido últimamente, alma de cántaro?
- Lo que bebemos todos los locos, agua sin alcohol.
- Pues yo bebo agua y no veo doble.
- Mire, doctor, este problema lo tengo desde que comenzaron las pruebas del tranvía hace la tira de años. Desde entonces ya no veo una Isla, estoy viendo dos. Hasta el coche Comes me lo refriega continuamente: M010-Norte, M011-Sur. Me parece que el Trambahíase está convirtiendo en un cuchillo que nos está partiendo La Isla en dos mitades. Al final vamos a tener dos Islas por culpa de ese cacharro.
- ¿Dos Islas? Es lo que nos faltaba para que hubiera el doble de perros.
- Y ya es hora de irles poniendo nombre a esas dos Islas, porque, como no hay lo que tiene que haber para cambiar el nombre de San Fernando por el de La Isla, por lo menos a ver si así nos vamos despegando de Fernando VII, el traidor.
- Y ¿qué nombres se te ocurren?
- Está claro, doctor, que desde hace ya mucho tiempo Chiclana ha sido un ejemplo a seguir en muchas cosas. Y allí distinguen siempre las dos partes en que se divide el pueblo, la Banda y el Lugar. Vamos a hacer lo mismo con nuestras dos Islas. Aquí la del Sur se llamaría también la Banda, pero de los tramposos.
- Hombre, Francisco, ¡vaya nombre!
- Es que encaja muy bien. Iría desde el Santo Entierro ¿qué entierro no es una trampa?, pasaría por la trampa de la Casa Lazaga (bonita por fuera, pero nos debe lo de dentro), luego rozaría el antiguo Hospital de San José, la trampa de un obispo nefasto, y terminaría en el Puente Zuazo, la mayor trampa que tuvo Napoleón. Y sobre todo, porque por esa acera pasea la Banda de los que quieren transitar desapercibidos para no tener que pagar, lo cual es siempre desagradable.
- ¿Y la otra acera?
- La acera de enfrente se llamaría la del Lugar. Empezaría precisamente en el Logar de la Puente. Va desde el Castillo de San Romualdo hasta el Río Arillo. También es el Lugar de la Plaza del Rey (que, si hubiera justicia, debería llamarse Plaza del Rey Carlos III). Además, la Gran Vía lleva mucho tiempo llamándose Lugar de encuentro de más de tres generaciones, y es el Lugar del solecito mañanero. Por ella pasean los presuntos pagadores al sol que más calienta, y, si hay que pegar un cambiazo, dispone además de un hermoso patio.
- Y en esa acera ¿no hay tramposos?
- Hay miles, pero lo disimulan más.
- Pero, Francisco, ¿qué vas a arreglar cambiando esos nombres?
- Es que no quiero que me pase lo del chiste.
- ¿Qué chiste?
- Iba uno escayolado por Pamplona y le preguntó un amigo: ¿qué te ha pasado? Y contestó: que el otro día en el encierro se vino para mí un toro con cara de pocos amigos. Y, como yo veía doble por la tajá que llevaba, me subí corriendo en el cierro que no era y me cogió el toro que era.
- Anda, Francisco, vete y que te den hoy doble ración de pastillas, una por cada Isla, a ver si vamos arreglando un poquito ese cerebro.
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