Lo que faltaba ya lo tenemos encima. Se está corriendo la voz por ahí de que los camareros de los restaurantes están llamados a desaparecer dentro de muy poco tiempo, porque los van a sustituir unos seres extraños y rechonchos hechos de metal y de plástico que al parecer vienen bastante preparados para la tarea. Les llaman robots. Dicen que ya hay uno en Cádiz paseándose por las mesas y llevando platos, vasos y lo que haga falta. Así se empieza y no sabemos cómo va a acabar toda esta historia. Al robot gaditano le han puesto Camila, y, aunque es nombre de mujer, no se llame a engaño; no tiene sexo ni culo, y es más frío que el pasillo de los yogurts de Supercarmela. Ya están tardando las feministas en saltar, porque podrían haberle puesto Camilo los muy machistas.
He leído en la biblioteca del manicomio que la palabra “robot” viene del término checo “robota” o “roboti” (en plural), que significa servidumbre o trabajos forzados, que por ahí va la cosa. Otros dicen que proviene del latín “labori” (trabajadores), pero que, más tarde, este vocablo derivó en “roboti”, palabra que quedó consagrada para los restos. Al fin y al cabo los pobrecitos solamente sirven para trabajar, no tienen emociones, ni sienten ni padecen, lo cual tiene también sus ventajas, porque no sufrirán con los horrorosos resultados del Cádiz, por poner un ejemplo.
Es verdad que hace tiempo ya estábamos manejando otros robots más pequeños, de andar por casa, y que se dedicaban a la cocina, a la limpieza, a la cirugía… Pero Camila es otra cosa mucho más sofisticada. El día en que Camila haga la cama, ponga la lavadora, planche la ropa y prepare la comida, seguro que muchos van a darse bofetadas para conseguir un robot de esos. A Cádiz le queda la gloria de ser avanzadilla en este tema. Lo tienen ahora mismo en un restaurante argentino de la calle Plocia dando más vueltas que Elcano. Lleva en su cuerpo una brillante pantalla en la que hay que pulsar para indicarle dónde debe ir y qué debe hacer; pero, ojo, eso es ahora.
Con el tiempo y una caña la pantalla la llevaremos los humanos, y Camila nos dirá a bote pronto dónde tenemos que ir y hasta cómo tenemos que respirar. Por lo visto, en el restaurante el robot es uno más de la plantilla, aunque tiene la gran ventaja de que lleva incorporadas 4 bandejas, que es como tener 4 grandes manos. Lo que cobra al mes es simplemente la cantidad de corriente que le quieran dar cuando lo enchufan. No habla, no se queja, no pone mala cara y ni siquiera se va de vacaciones.
De momento. Más adelante, parece que lo estoy viendo, se planteará el espinoso asunto de los derechos de los robots, aunque no creo que lleguen al nivel de los perros en La Isla. Ese día nos vamos a enterar de lo que vale un peine. Tampoco se extrañen de que a los dos días de trabajo estén pidiendo la baja. Hasta ahora los robots están más callados que la selección de fútbol española cuando suena el himno nacional, pero, cuando aprendan a hablar, no quiero ni pensar la que pueden liar.
En todo caso, los tiempos cambian y habrá que aceptar la novedad de estos camareros sin alma, sin corazón y sin nómina. Pero tengo que decir que, cuando aparezcan estos robots por La Isla, espero que no los tengan haciendo pruebas los 14 años que lleva el tranvía, porque se van a rebelar antes de tiempo.