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San Fernando

La historia transmitida de la prostitución en La Isla con cédula oficial del Ayuntamiento

La zona de la Plaza de Toros fue de las más activas y el Ayuntamiento de San Fernando, además de organizar la actividad, expedía cédulas de buena salud sexual

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  • Plaza de toros de La Isla. -

Uno de los más viejos oficios conocidos de la humanidad, incluyendo al de enterrador de cadáveres o sepulturero, ha sido y es el de la prostitución que, a lo largo de la historia del mismo, ha sido ejercido en su inmensa mayoría por mujeres, conceptuadas como “mercenarias del sexo”, “niñas que fuman” o “mujeres públicas”. En nuestra ciudad de San Fernando, también dicha actividad se ejerció durante bastante tiempo, algo así como más de todo un siglo de forma ininterrumpida y dentro del popular barrio de la plaza de toros o de la iglesia mayor, antiguamente denominado “del Patronato”.

Existen antiguas crónicas sobre el ejercicio de dicha actividad, en los aledaños del Real Carenero de la Puente, al igual que en cualquier otro puerto o concentración humana del mundo. En estos parajes, dichas mujeres llamadas de la vida, buscaban algún marino al que satisfacer sus más íntimos deseos carnales a cambio de un estipulado precio en metálico entre ambas partes.

Cuentan que al ser tan elevado el número de soldados franceses aquejados de enfermedades venéreas, el gobernador militar de la plaza de esta ciudad (G’orbe), ordenó el día 24-07-1826, la rápida salida de todas las prostitutas existentes en el Cuartel de Santa Bárbara, dentro del arsenal de la Carraca, para su posterior curación en el hospital de San José y luego pasaportarlas hacia sus lugares de origen.

En nuestros libros de cabildos municipales o actas capitulares se recogen quejas vecinales en la zona de la Calle de la Amargura, sobre los constantes y continuos escándalos originados por las “mujeres públicas” en aquel lugar. Todo ello se recoge en el cabildo celebrado el día 31 de mayo de 1884 y lo firmaba José de Vargas Machuca, en el que solicitaban el traslado de las mismas hacia otro lugar de nuestra población, debido a los numerosos males que aquellas acarreaban contra la moral pública en un punto tan céntrico de nuestra ciudad.

En respuesta a dichas quejas, el ayuntamiento respondió en cabildo celebrado el día 21 de junio de 1884, en los siguientes términos:

1º: En base al estudio realizado sobre la viabilidad de su posible traslado hacia otro punto de nuestra ciudad, se desestima por no considerar la zona afectada como parte del centro de la misma.

2º: Se acuerdan adoptar para su erradicación una serie de medidas tales como:

A) Al tener constancia de que, desde antaño, estas mujeres públicas llevaban ejerciendo la prostitución en dicha zona, se permita que prosigan en la misma con su actividad.

B) Que se les obligue a las que, en la actualidad, habiten casas en dicha Calle de la Amargura y las otras que lo estén de forma diseminadas por las de la ciudad, se reconcentren todas en el menor plazo posible en la referida Calle de la Amargura. ¿No quieres lentejas, pues toma el plato lleno? Existen noticias de la existencia, en aquel tiempo de casas de lenocinio o mancebías, en la Calle del General Serrano, Callejón de Cróquer y el entorno del mercado central de abastos.

C) Que con el mayor rigor se prohíba terminantemente, que las antedichas mujeres inciten a los transeúntes a que vaguen por las calles o promuevan escándalos con palabras o acciones en cualquier sitio público, ni aún en el interior de sus casas. Conforme a lo establecido en el art.108 de las ordenanzas municipales de aquella época.

El centro neurálgico

Centrándonos en nuestra Isla de León y dentro de aquel peculiar barrio de la plaza de toros, decir que la práctica de dicho oficio se llevó a cabo en la totalidad de sus calles, destacando de entre éstas, a la del Jardinillo y la de Amargura. Famosos fueron los números 4, 7 y 22. En estos antros de “perversión e inmoralidad”, cuentan que en las salitas, o en sus halls, existía el clásico piano que era tocado por persona experta o por el primero que supiera tocarlo. Y donde se daban cita tanto clientes como del oficio, o incluso señoras, que de todo del oficio hubo. Hoy en día se pueden observar en ciertas antiguas casas, cómo aquellas viejas escaleras empinadas aún presentan los cantos de sus escalones gastados del incesante trasiego de subir y bajar las mismas.

Sucesos y anécdotas se cuentan por miles y de esas cosas vienen a cuenta, mencionan, una serie de personas que yo conozco, quienes me las contaron a mí y por ellos yo las reproduzco como testigo ficticio de todo aquello que nunca conocí. Ya que dichas casas de lenocinio, como así eran llamadas, fueron clausuradas a finales de la década de los años cincuenta del pasado siglo, año de mi nacimiento de 1958.

Un día de carnaval en plenos años de la 2ª República española, (cuentan las crónicas mundanas), que varios individuos intentaron quemar la iglesia Mayor Parroquial. (Posiblemente se trataban de cédulas anarquistas de la época o de revolucionarios exaltados). Al parecer “una mujer de la vida” se dio cuenta de ello y alertó con sus gritos de auxilio a un numeroso grupo de personas, que procedentes del Casino de San Fernando ubicado en los bajos del antiguo Hotel Sal y Mar, posterior auxilio social, se precipitaron hacia el interior de la iglesia y procedieron a extinguir los fuegos existentes y producidos en varios altares interiores de la misma, sofocándolos todos. Al parecer formaron parte de aquel piquete de improvisado de bomberos incluso la integraron, numerosos taxistas de la cercana parada ubicada en el citado lugar. También cuentan de la detención de estos desarmados y cómo fueron atados a la cola del caballo del entonces célebre capitán de la Guardia Civil.

Por aquellos años, también ocurrió otro de aquellos curiosos sucesos digno de mención. Al parecer en plena Semana Santa y en la esquina de las Calles Real y de San Nicolás, un hombre había descubierto a su esposa en la misma zona, y a la cual perseguía, para asesinarla con un gran cuchillo que llevaba oculto entre sus ropas. Pero según relatos de aquel tiempo, se contuvo de su impulso asesino ante la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, que al pasar en aquel preciso instante por dicho lugar, de seguro cual milagro le haría reflexionar sobre ello. Y ante lo cual aquel,se contuvo de perpetrar su criminal acción. En tales momentos cuentan que a éste se le acercó su mujer, preguntándole que hacía allí, respondiéndole que la esperaba para asesinarla, pues le habían contado que frecuentaba cada noche la zona de la Calle del Jardinillo donde lo engañaba y ejercía la prostitución. Ella agarrándole del brazo, lo llevó directamente hasta una de las casas de dicha calle, para mostrarle a su moribunda madre y antigua prostituta postrada en una cama, a la cual cuidaba cada noche. Ese fue su pecado y aquel milagro, su salvación.

En cierta ocasión cuentan que llegó a nuestra ciudad un forastero que desconocía cómo poder orientarse dentro de la misma y para saber la ubicación exacta de “las casas consistoriales o ayuntamiento de nuestra ciudad”. Por lo que se dirigió a un popular guardia municipal de aquellos años de la posguerra española. Al parecer dicho turista le preguntó por su ubicación y aquel agente le informó lo siguiente: “Esas casas las quitaron de aquí hace muchos años, y lo fueron, por una orden gubernativa”. Mucha tela... pero fue verídico como contaba el de los garbanzos. También al mismo agente cuentan que recibió los dos mejores muletazos que se hallan dado en toda la historia de la tauromaquia isleña. Se los propinó un señor tullido muy conocido en la época, al que un accidente del tranvía le cortó una de sus piernas. Este personaje que solía frecuentar antes de su muerte acaecida hace ya unos años, la esquina de la Calle del Almirante Cervera, junto al freidor del Deán, cuenta la crónica que aferrándose este con sus brazos a sendos balcones sitos frente a la capitanía general de marina y en plena Calle Real, le propinase a dicho miembro del orden público los dos más sonoros y atronadores muletazos en pleno rostro, que lo hicieron retroceder para caer de plano y de lleno sobre el acerado, entre vítores y aplausos del gentío; al menos desde las mentes de aquellos.

Eran muchas de aquellas prostitutas isleñas conocidas por sus nombres de guerra. De entre un gran elenco de damiselas, citar a La Nona, La Custodia y la famosa Ojos Verdes, por citar algunas de aquellas. Otra muy popular, fue conocida por La Runga cuando ya vieja y maltrecha, se dedicaba a la búsqueda de clientes, especialmente de grupos, por los aledaños del citado barrio o por la propia Calle Real, ejerciendo el oficio de alcahueta o busca planes. Dirigiéndose a los mismos a los que abordaba, les decía: --“Bajad, que han venido niñas nuevas”-. Otro de los oficios ligados al de la prostitución, era el de palanganera/o que solían ejercerlo o mujeres retiradas del oficio, o bien por homosexuales.

Los precios por los servicios en los últimos años, en la del Jardinillo, era de 25 pesetas para las chicas de la Casa Nº 7, que era regentada por la llamada María la Jerezana, la cual alertaba a sus niñas, diciéndoles: -“Bajad, que hay marineros”-.

Éste se ubicaba frente al Nº 4 en este caso de la del Jazmín. También casi junto a este último Nº 4,y en la Calle del Jardinillo, existía el denominado bar Moderno, que poseía dos habitaciones en su piso superior. Para las que ejercían dichos cometidos en el Nº 4, era de 15 pesetas y para las del Nº 22, (junto al Cabaret de Peralta), de 10 y hasta de 5 pesetas, siendo la más cutre de todas las existentes.

Como curiosidad del Nº 4, el que poseía al igual que muchas otras dos puertas de acceso a su interior, una por el Nº 4 de la Calle del Jazmín y la otra por la actual San Servando, y que en numerosas ocasiones sirvió de camino de fuga para algún que otro marido o novio infiel en peligro de ser descubierto, frente a esta casa había una carbonería. En la Calle Jardinillo, donde hoy se ubica el Hostal Isla Sol, se ubicó el popular Cabaret de Peralta, célebre sala de bailes cuyas puertas de acceso recordaban a las tabernas de las películas del salvaje oeste americano. También en esta calle existió el Bazuco Jerezano, en las cercanías de la Calle del Cañón (famosa tienda de ultramarinos aún existente en esta del Almirante Cervera). Otra famosa casa, fue la llamada Casa de Mayito, ubicada en la Calle de Nicola esquina a la de San Servando. En ella solía trabajar la famosa Ojos Verdes.

La más prestigiosa de aquellas casas, ubicadas en el entorno del citado barrio, se localizaba en la Calle de la Amargura en sus cercanías a la de San Cristóbal. Se preciaba de ofrecer la creen de la creen y sus precios oscilaban entre las 50 a las 75 pesetas y la mayoría de sus preciosas chicas procedían de la capital.  La regentaba la llamada Concha la Gitana, que luego trasladó dicha casa hasta los aledaños del Ventorrillo del Corral, siendo conocida como Venta la Gitana.

Numerosas eran las trifulcas en las que tenían que mediar y sofocarlas, tanto la guardia municipal como la vigilancia militar, integrada ésta por un cabo y seis soldados o marineros, y a veces por un sargento, con uniformes de color gris y machete en el costado. Estos que posteriormente evolucionaron en la actual policía naval, conocidos popularmente como “los cerillos”.  Incluso en alguna que otra ocasión, se precisó del envió de efectivos procedentes del desaparecido cuerpo de guardia de la cercana Capitanía General (en su esquina a la Calle Diego de Alvear).

 

Entre algunas curiosas anécdotas que me contaron algunos que las vivieron, relatar las siguientes:

Al parecer existía un curioso personaje, asiduo cliente de dichas casas, el cual se desnudaba totalmente, pero sin quitarse una boina que llevaba calada hasta las orejas, para culminar sus faenas. La curiosidad le picó a una de dichas damiselas, quien tras un arrebato lo despojó de ella, lográndole ver en su cabeza, una afeitada y redonda coronilla....

En otra ocasión un grupo de jóvenes músicos militares visitó el popular Nº 22. Uno de estos se “ocupó”, como así era llamada la cosa, mientras los dos restantes les aguardaban hasta finalizar la llamada faena. El más guasón que no podía contener sus ganas de orinar, lo efectuó sobre el brasero que había bajo una mesa camilla. La humareda fue colosal y la pestilencia también, poniendo ambos pies en polvorosa para escuchar desde la calle los gritos e insultos de la “madame”.

Era común vigilar las ropas que se tendían al sol, para evitar su rapiña. Pero ocurrió en una huerta del barrio de la Casería de Ossio que unas jóvenes habían tendido dos trajes recién comprados al sol. Al quedar estos sin vigilancia, un desaprensivo los robó del tendedero. Días después cuando las jóvenes propietarias de dichos trajes, en compañía de su madre paseaban por la Calle Real cerca de capitanía, una de estas se percató de que dos mujeres llevaban puestos sus prendas robadas. Tras preguntarse entre estas si reconocían sus ropas afirmaron que sí. Aquellas dos mujeres eran dos prostitutas, a las cuales un vecino de la zona de la Casería se los habían regalado a cambio de sus favores sexuales. Se produjo un gran escándalo al requerir por parte de sus verdaderas dueñas, sus ropas a ambas mujeres, las cuales salieron huyendo y se refugiaron en el interior del Nº 22 de la Calle del Jardinillo, hasta donde llegaron la madre y sus hijas, logrando arrancarles sus vestidos y llevárselos, confesándoles aquellas su procedencia y el autor del hecho.

Otra curiosa anécdota la provocó un tal don José personaje bastante conocido de la época y cito la década de los pasados años 1950/60. Al parecer era persona opulenta y adinerada a quien le gustaba pegarse sus buenos “pegotes”. Uno de estos consistió en tras acceder al Nº 7 de la Calle del Jardinillo, pidió le dieran de cenar y aquellas damiselas le ofrecieron una olla de lentejas que tales chicas estaban cocinando. Al destaparla y no gustarle aquello, arrojó la olla y su contenido al interior de un aljibe que existía en el interior de dicha vivienda, produciéndose a continuación un gran escándalo entre los allí reunidos que aquel causante zanjó, al mandar traer comida abundante que pagó de su bolsillo, de un cercano restaurant, para toda la concurrencia.

Otra zona bastante frecuentada por nuestros ancestros, aunque en otros tiempos, en busca de aquellas fogosas pasiones, fueron los aledaños del viejo puente de Suazo. Antes de llegar a éste y subiendo por la actual avenida de su nombre, se localizaban en su margen derecho las Ventas de Peralta y la de Salustiano (la primera propiedad de aquel que poseía el famoso cabaret homónimo en la Calle del Jardinillo). En ambas se servían buenas comidas. Tras subir el puente y dentro del término municipal de Puerto Real, nos encontrábamos con la celebre Venta de La Medallona, ubicada dentro de los edificios y cerca de la capilla del Real Carenero. Lo de la medallona, procede de que la encargada de la misma portaba en su cuello una gran medalla, de ahí su nombre. En plena carretera antigua N-IV Madrid-Cádiz, y tras rebasar la anterior, llegamos al antiguo Restaurante El Inesperado, que dejó de ser una prestigiosa venta, para convertirse en su época final, en lo que todos sabemos... Aproximadamente frente al Ventorrillo del Corral, existió la popular Venta la Gitana, muy famosa por ejercerse en ella la labor que tratamos en el presente estudio.

Inevitables en numerosos casos eran los indeseables contagios de todo tipo de enfermedades denominadas venéreas. Entre estas destacar por su singularidad y peligro el chancro sifilítico, la blenorragia y la peligrosa sífilis. También desde antiguo llamado El mal francés, que a tantas personas llevó hasta la tumba, entre ellas hasta reyes y emperadores. Esta enfermedad tan temida en otras épocas es incluso hereditaria. Otras enfermedades algo más benignas, eran las purgaciones y (las populares ladillas) que atacaban cual feroces leones, especialmente los días de luna llena. Un popular anuncio publicitario colocado en la sala de espera de la estación del ferrocarril, o incluso dentro de aquellos viejos tranvías decía así: “Aceite inglés, parásito que toca; muerto es”. Sobrando comentarios al respecto, si bien para su aplicación era imprescindible el previo rasurado de la parte afectada. Cuentan que algunos incluso se las frotaron con gasolina o polvos de zeta zeta.

Otros productos utilizados en la evitación de tales contagios fue el polvo de permanganato, usado disuelto en agua antes o después de la relación sexual. También se usaba el blenocol, que se introducía en el caño de la uretra, mediante un pequeño tubo. En el viejo y desaparecido hospital naval de San Carlos existió un peculiar pabellón de enfermedades venéreas, denominada vulgarmente como “sala de los toreros”; (no coment…).

También en el Nº 12 de la Calle del Jazmín en su esquina a la de San Marcos y en la parte trasera de un cercano horno de pan, poseyó el ayuntamiento de San Fernando una clínica de enfermedades venéreas. Ésta pasó a la segunda planta de las casas consistoriales o ayuntamiento, para pasar la inspección sanitaria en el “gabinete sanitario local, o laboratorio bacteriológico e inmunológico”, una vez a la semana, y cada mañana de los viernes, a dichas peculiares señoritas, las cuales muy modositas y arregladitas en su mayoría, se las veían pulular por su plaza, amén de otras conocidas señoras mezcladas entre éstas.

A estas mujeres una vez reconocidas e inspeccionadas, se les sellaba en sus respectivas cartillas sanitarias, el visto bueno de la autoridad local, para permitirles el ejercicio de dicha actividad o su expresa prohibición. Una especie de ITV sexual. Los clientes antes de recibir sus favores, les podían requerir dicha cartilla para comprobar en ella su estado de salud. Los médicos de la beneficencia municipal en su último periodo, y como encargados de tales menesteres, eran entre otros los celebres galenos Servando Camuñez, Cayetano Roldán y por último el celebre Celestino Rey Joly. Hasta el año de 1975 aproximadamente, existía en el lateral del ascensor municipal el rótulo, con la inscripción de “instituto provincial de higiene”.

Este viejo oficio en nuestros días existe, pero algo mucho más refinado en el interior de salas de relax o de otras encubiertas, adornadas con luces de neón al filo de nuestras carreteras e incluso en polígonos industriales. También en la actualidad existen otras tantas más, pero hay que saber buscarlas también por nuestra geografía local; o simplemente en las redes sociales.

El presente artículo, va dedicado a aquellas mujeres que se vieron forzadas, por mil diversas circunstancias al ejercicio de dicha labor, en contra de sus más elementales principios. Y especialmente a las que cayeron y aún hoy en día caen, dentro de las redes mafiosas de la prostitución y la trata de blancas, quienes las explotan, como mero instrumento de lucro propio. También para aquellos mis amigos anónimos, quienes me contaron las descritas historias, en su mayor parte vividas por éstos y que las hice mías en un viaje imaginario por nuestro pasado. Las cuales forman por otro lado parte del legado de la memoria viva de nuestra historia local. A todos les doy las gracias por su inestimable ayuda y animar a los lectores a que divulguen nuestra peculiar historia a través de los numerosos y curiosos pasajes que la misma posee.

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