De los creadores de “hagan acopio de papel higiénico” llega ahora “tengan un kit de supervivencia en casa”. En esencia: linternas, pilas, velas, cerillas, hornillo, transistor de radio, baterías de recarga para móviles, comida no perecedera para dos semanas, medicinas y dinero en metálico. Lo imprescindible para hacer frente a un gran apagón masivo. Puede que lo haya oído pronunciar como “blackout”, porque hay quien insiste en utilizar determinadas palabras en inglés para darle más gravedad a un asunto, pero lo fundamental es que se va a producir de aquí a cinco años, según los algoritmos manejados por el Ministerio de Defensa austríaco, que también predijo la posibilidad de una pandemia mundial hace unos años, lo que le da cierta credibilidad a sus nuevos pronósticos, pero no verosimilitud a que lo que ocurra en Austria tenga idénticas consecuencias en otros países, caso del nuestro.
Pese a detalle tan consolador, y según datos publicados por El país y La razón, las compras de linternas se han disparado en España durante los últimos días un 230%, y las de grupos electrógenos un 211% como si no hubiera un mañana: “Mi reino por un camping gas”. Y, como al inicio de la pandemia, no conviene olvidar lo que dijo entonces David Ropeik: “Cuando hay un riesgo cerca no hacemos cosas inteligentes”. El especialista en psicología de riesgos y exprofesor de Harvard argumentaba algo que vuelve a tener la misma vigencia: “No paramos de recibir datos constantemente, que tenemos que pasar posteriormente por nuestros propios filtros emocionales, y eso nos lleva a tener más miedo todavía, porque no podemos controlar nuestra propia seguridad. Por eso volvemos al papel higiénico, para sentir cierto control, porque seguimos nuestros miedos, no las evidencias”.
Esos miedos, además, no se ciñen solo a lo manifestado por la ministra de Defensa de un país europeo, sino que vienen a incrementar el peso de la mochila emocional que llevamos soportando sobre nuestras espaldas desde hace más de año y medio y que hemos alimentado con otras amenazas, de tipo medioambiental -Filomena-, económico -el incremento del coste de los carburantes y de otros muchos bienes de consumo, desde alimentos hasta la electricidad-, sociológico -el temor al desabastecimiento de cara a las navidades-, tecnológico -el apagón sufrido por Facebook, Whatsapp e Instagram- y sanitario -el escaso porcentaje de inmunizados contra la Covid en Europa del este pone en riesgo los avances realizados por países como España, Grecia o Países Bajos para contener la enfermedad-.
Todas son malas noticias, sí, pero hablamos de hechos, no de previsiones o supuestos que a lo largo de la última semana han venido desmintiendo diferentes expertos en materia energética, y hasta el Gobierno, aunque descartemos esta opción desde el momento en el que le hemos hecho más caso a una ministra extranjera que a la nuestra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, en quien tenemos depositadas pocas confianzas después de volvernos majaras con la mejor hora para poner la lavadora.
El caso es que esos expertos sostienen que el apagón masivo es bastante poco probable en España, ya que nuestras circunstancias de producción y abastecimiento energético son mucho más favorables que las de Austria, que depende en su mayor parte de Rusia y, además, carece de puertos a los que puedan llegar buques gaseros, una alternativa más cara y a la que todo apunta vamos a abonarnos con el cierre del gasoducto del Magreb, pese a lo cual se sigue hablando de nuestro país como “isla energética”.
El apagón, en consecuencia, llegará a nuestras cuentas bancarias antes que a nuestro interruptor y a nuestros enchufes, caso de que la energía siga ascendiendo en su precio hasta asimilarse a cualquier otro producto de lujo. Esa sí ha de ser nuestra auténtica preocupación, pero bajo nuestro amansamiento colectivo preferimos hacer cola para comprar una linterna que plantarnos a las puertas de un ministerio para que piensen de una vez en nuestra economía, la de nuestros bolsillos.