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Escrito en el metro

La jacaranda de Joyce

Cada uno de nosotros vive a su manera su propia Odisea, con sus escilas y caribdis, con sus cíclopes y sus voces de sirenas

Publicado: 15/05/2024 ·
18:11
· Actualizado: 15/05/2024 · 18:11
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  • Jacarandas en flor. -
Autor

Salvo Tierra

Salvo Tierra es profesor de la UMA donde imparte materias referidas al Medio Ambiente y la Ordenación Territorial

Escrito en el metro

Observaciones de la vida cotidiana en el metro, con la Naturaleza como referencia y su traslación a política, sociedad y economía

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Desde el mismo balcón en el que hace un siglo James Joyce contempló la creciente jacaranda, admiro la compleja maraña de ramas en cuyos ápices se disponen las laureadas cimas de flores lilas. Inflorescencias en las que posiblemente el soberbio escritor irlandés creyó ver luciérnagas, inspiradoras de su dublinesa tierra natal. Las tortuosas varillas, de las que aun penden frutos de la pasada temporada, evidencian como cada una ha ido serpenteando para evitar competir con aquellas hermanas. Es ese gran misterio de la timidez que guardan para sí algunos árboles. En ese tortuoso y abigarrado enjambre quiero ver el transcurrir de Leopoldo Bloom y de su esposa, la andaluza Molly. Estas guirnaldas de flores, que contrastan con fuerza en el potente azul celestial, serían las que ayudaron a ella a dar el sí quiero con el que concluye tan magistral Ulysses. Cada uno de nosotros vive a su manera su propia Odisea, con sus escilas y caribdis, con sus cíclopes y sus voces de sirenas, con la búsqueda de su única, propia y genuina Ítaca.

La jacaranda de Joyce bebe con fruición decenas de litros de agua para poder estallar osada su copa florida. Y ante tal requerimiento hídrico parece recitarme aquel poema de Owen, citado en la magistral obra, ahora como un sortilegio del presente: evitando la maldición de mis maldiciones/ siete días cada día/ y siete jueves secos/ que no tenga de agua un sorbo/ con que mi osadía atemperar. No en vano, las jacarandas son símbolos de la sapiencia, y así adornan avenidas y bulevares de los espacios de las academias. Bienaventurados los que en sus flores caídas ven la grandeza de la creación, como aquella de Joyce, en vez de inmundicia e incomodidad, propias de los que por delicados son más menesterosos de sabiduría. Bienaventurados los que en su Ítaca ven un mundo plagado de árboles, en vez de un árido y estéril desierto, aun peor si es cultural. Que también lo sean aquellos que aman la Naturaleza y cuidan de ella.

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